El aire la vela, vela. El aire la está velando

El aire la vela, vela. El aire la está velando
Parecen dormidas en el pajonal... pero no lo están.

14 oct 2008

por hay no ase falta escribir bien

aveces me siento complicado

estas muy bueno kaka

parecen una

se bienen los flecos a fulllllllllllll

muy bueno, hasta el maquillaje me gusto

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 El mito del vampiro ha cambiado, el cine de terror ha añadido pequeños detalles y el vampiro clásico ha modificado sus rasgos, gestos y personalidad, pasando de ser un solitario a constituirse en una sociedad oscura y oculta al resto de los humanos.
  Pero a nosotros, más que esta evolución, nos interesará volver a sus orígenes, a la leyenda que esbozó estos seres que han poblado nuestras pesadillas y que mucha gente cree reales. Por ello revisitaremos el mito desde el punto de vista médico para ver qué podemos aclarar... 

El vampiro en la medicina: de la ficción a la realidad
  La ciencia llama "vampiro" (nombre que le dió el naturalista Buffon en 1761) al murciélago hematófago conocido como Desmodus rotundus, que vive en zonas oscuras, es de hábitos nocturnos y se alimenta de sangre. Son murciélagos de un tamaño entre los 6 y los 9 cm y un peso de 25-40 g., de pelaje denso color café grisáceo, con cara aplanada y orejas pequeñas y puntiagudas, hocico corto y labio inferior en forma de V, con incisivos superiores anchos y filosos e inferiores pequeños, siendo los caninos largos, de punta aguda y borde posterior afilado.
  Su técnica de alimentación es la siguiente: gracias a sus agudizados sentidos localiza a sus víctimas (habitualmente ganado bovino, equino o porcino) y se acerca a ellas volando, arrastrándose por el suelo o saltando, mordiéndoles en los hombros, espalda, región perianal, en las patas, pezuñas, así como en la base de los cuernos o en las orejas. Suelen atacar cuando el animal duerme, produciendo poco dolor y, gracias al anticoagulante de su saliva, hace fluir la sangre a través del canal de su labio inferior.
  La sangre consumida por el vampiro rara vez daña al animal afectado, pues suelen tomar unos 25 ml en media hora, aunque suelen acudir cada noche a alimentarse de la misma víctima, pues si pasan 48 horas sin comer mueren de inanición; curiosamente es un animal que comparte habitualmente el alimento con otros compañeros incapaces de conseguir alimento mediante la regurgitación de sangre.
  Uno de los primeros en relatar su experiencia con un vampiro de este tipo fue Gonzalo Fernández de Oviedo en su "Sumario de la Natural Historia de las Indias" (1526), ya que fue mordido por ellos y tuvo que usar el método de los indígenas para curar sus heridas. 

  Si dejamos a un lado al quiróptero hematófago y nos dedicamos al vampiro como muerto viviente bebedor de sangre, veremos que ya era conocido en las leyendas de algunos países, siendo posible encontrar relatos en Inglaterra y Dinamarca durante el siglo XII que nos hablan de seres parecidos. Con el tiempo, y especialmente gracias a las novedades que aportaba el llamado Siglo de las Luces donde se vive el triunfo de la razón y el desprestigio de las supersticiones, fueron poco a poco desapareciendo. Pero años más tarde surgió una de las personas que más hizo para avivar estas creencias en el vampirismo, aunque la idea inicial era refutar su existencia, el padre benedictino Dom Agustín Calmet (1672-1757), que vulgarizó en el siglo XVIII las leyendas y fábulas de centroeuropa sobre los vampiros exponiendo en su obra "Tratado sobre los vampiros" (1746) las historias de estos seres en tierras de Austria, Hungría, Polonia, Serbia, Moravia, Silesia y Prusia, aunque también anotó casos de lugares tan distantes como Perú, Laponia o Inglaterra.
  La ola de superstición desatada por este hombre hizo que surgieran obras como "Los vampiros a la luz de la medicina" (1749) de Próspero Lambertini (que llegaría al papado con el nombre de Benedicto XIV y desde donde siguió luchando contra las falsas creencias) o el "Informe médico sobre los vampiros" (1755) de Gerald van Swieten, médico y archidiácono de María Teresa de Austria, donde tras criticar el vampirismo y considerar poco frecuente aunque dentro de la normalidad los casos de incorruptibilidad de los muertos, desacreditaba a médicos y comisarios pues en muchas ocasiones y siguiendo sus indicaciones se realizaban sacrilegios, poniendo en entredicho el buen nombre del finado, violando tumbas y ultrajando cadáveres. Pese a todo, obras que nacieron a su sombra y en contra del vampirismo como la "Dissertatione sopra i vampiri" (1774) del arzobispo de Florencia Guiseppe Davanzati, sólo consiguieron incrementar aún más la creencia en ellos.

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