Las afinidades del espíritu
Apuesto a que termino de escribir este artículo sin haberlo escrito. En parte, como el soneto de Lope de Vega, aquel que le manda hacer Violante. Seguro que lo escribo, pero sin mencionar casi algún tema.
Yo he leído muy poco, muy salteado.
Por eso pido perdón ante algunas bravuconadas que, después de escribirlas, resultan altamente eruditas, ilustradas –es horrible la palabra bravuconadas, pero fue lo único que encontré para reemplazar la peor palabra fanfarronadas, y luego busqué un sinónimo de “cultas”, referido a mis bravuconadas, y, apenas copié ese “eruditas, ilustradas” que puse al final de la frase, cerré el Nuevo Gran Diccionario de Sinónimos y lo extravié entre los papeles y libros que rodean lo que escribo.
En este momento no tengo a nadie más humano y brillante que un diccionario que me alcance un sinónimo, y mi cabeza se estancó.
Esas bravuconadas suceden porque mi memoria tiene metabolismo acelerado, y con lo poco que he leído puedo suscribir oraciones como aquellas con las que iba a empezar esta nota, de las que después me arrepentí, porque me dieron vergüenza por vanidosas.
Y vanas.
Las oraciones eran éstas, Dios me perdone:
Plutarco habla de vidas paralelas, Goethe de afinidades electivas, Proust de consanguinidad espiritual, Borges de precursores de grandes escritores como Kafka, es decir, afines en tiempos diferentes. En un libro de filosofía que estoy tratando de leer –o sea, de entender-, Clément Rosset afirma que “la afinidad espiritual que vincula a Schopenhauer con Freud ha sido atestiguada por Freud desde el comienzo de su obra”.
¡Iba escribir al empezar el post esta frase! Y yo apenas abrí un día el libro de Plutarco que tengo a mi costado; hojeé un día el Fausto de Goethe y me aburrió -sé que es pecado lo que confieso -, y etcétera etcétera en lo que se refiere a todo eso.
Sin embargo, este juego me gusta. ¿Para qué tantas reverencias si lo más importante para mí, lo que más me gusta, es jugar?
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