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El lenguaje es el vestido de los pensamientos.
He sido una rareza para todos; una sorpresa adversa, adjetivo que tal vez no tenga ninguna importancia.
He ardido con la luz de un demonio. Fue ayer.
Nunca tantas personas posaron sus ojos en mí, desde la entrada de la tarde hasta la noche.
¿Quién era yo, qué papel representaba en ese instante? -digo instante porque no fue más que un momento de gloria, los conocidos cinco minutos de fama que tienen los personajes secundarios de la televisión; en el noticiero, por ejemplo, el vecino que declara sobre un asesinato en el barrio. ¡Y qué feliz es esta gente ante la cámara, cómo sus rasgos y sus dientes brillan! ¿Quién era yo aparte de quien soy ahora mismo?.
Trato de verme desde lejos, como me miraría cualquiera de los que estaban a mi lado ayer; y, como miope que soy, tan lejos casi no puedo ver –la miopía que tengo es bastante rara, porque se extiende de mis ojos a mi apreciación de las cosas.
Me veo como veo a menudo los paisajes, como si fuera un paisaje de Monet; un cuadro impresionista cuyos contornos se diluyen.
Me miro allí paseando entre las tragamonedas; pondero mi sobretodo a rayas, cierta arrogancia de toda mi persona que de ningún modo busco me persigue, me busca ella.
El elegante sobretodo es viejo, está algo gastado y perteneció a un pariente de mi cuñada que murió, y mi cuñada se hizo cargo de su exclusiva ropa de estanciero y la repartió por toda la familia.A algunas mujeres les tocaron chaquetas príncipe de Gales bien masculinas, pero impecablemente cortadas. No conocí a mi benefactor.A los costados del sobretodo, después de las mangas, pueden verse mis manos –digo, pueden verse desde aquí; han pasado varias horas y, como dije, también soy miope para el tiempo.
Mis manos no son tan refinadas como yo.
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