Yo me digo que sin palabras -en especial sin las palabras escritas- la gente se empobrecería de una manera trágica.
No existirían los universos paralelos -que son un sueño literario o un hecho científico- ni casas como la de Cumbres Borrascosas para ir a refugiarse cuando nos vencen tanto el tedio y la costumbre que esas arquitecturas tenebrosas devienen en paraísos.
No existiría el agujero de Alicia para caer.
Lo peor es que la gente se volvería un poco más opaca, porque la gente, aun la que nunca ha leído nada, sabe perfectamente dónde están esas construcciones y lo importantes, y peligrosas, que son. Sabe evitarlas y también sabe sumergirse en ellas, caer de pie. Repito: aunque nunca las haya oído nombrar, leído.
Quedan en el paraíso blanco y en el paraíso rojo incendiado -es decir negro- de nuestros paseos por el alma o la mente.
Y así no es vana ninguna construcción, ningún juego -o jueguito- de palabras.
Se extiende, el mundo, hasta el infinito que calcularon los científicos y los teólogos..
Cada aporte es una casa o un castillo.
Cada palabra escrita con el deseo de seguir armando el mundo es semilla.
Nadie es mal escritor, ni cursi, ni anodino.
Escribo, yo, con regia inmodestia, ya que la computadora no funciona, en un cuaderno viejo donde hay unas recetas de cocina que no recuerdo haber copiado pero que están escritas en mi letra.
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