Me siento feliz; son las nueve de la noche del final de un día en el que no he visto a nadie y sin embargo me he sentido acompañada y plena.
Estoy en la alfombra de la sala rodeada de almohadones bajo la lámpara de pie. Sobre la mesa pequeña, de vidrio, hay dos velas encendidas. Una comienza y otra se está por apagar.
Reposan en copas transparentes como la mesa, lo que hace un juego doble de espejos y de fuegos.
La que se apaga se agita como una ola en el silencio de su diminuto mar de fuego.
La otra, esbelta, serena, imperturbable, fue encendida para pedir algo magnífico.
He pedido amor, enamorarme de todo lo que existe, sentir que el amor me está quemando.
La voz de Rilke, el poeta que está en mi corazón y cuyo escritos he memorizado desde niña, dice:
“Es necesario que no nos acontezca nada extraño, sino sólo aquello que nos pertenece desde largo tiempo. Repetidas veces fue preciso rever las nociones sobre el movimiento; también se aprenderá, poco a poco, que lo que llamamos destino sale de los hombres, no que entra en ellos desde fuera. Sólo porque no asimilaron su destino ni lo transformaron en sí mismos mientras estaba en ellos, es porque tantos hombres no reconocieron lo que de ellos salía: les era tan extraño y en su ciego espanto pensaban que acababa de entrar en ellos, pues juraban no haber hallado antes, en sí, nada parecido.
Así como se mantuvo mucho tiempo en engaño sobre el movimiento del sol, se engaña uno todavía sobre el movimiento del porvenir. Lo futuro está fijo, pero nosotros nos movemos en el espacio infinito”.
Lo futuro está fijo, pero nosotros nos movemos…
¿Habrá intuido esto mismo Jorge Bergoglio, antes de ser elegido como el primer papa latinoamericano?
El santo de todos los tesoros de la Creación
En algún lugar de Internet cuyas señales no puedo dar por ignorancia, no porque no quiera acordarme, aparece un sitio de Claudia Herrera Hudson llamado “Mi héroe: San Francisco de Asís” que comienza con una cita del mismo: Si tienes hombres que excluirán a cualquiera de las criaturas de Dios del refugio de la compasión y la piedad, tendrás hombres que se comportarán de la misma forma con sus compañeros.
La simplicidad de esta fórmula tiene tanta grandeza que hasta los pájaros podrían entenderla.
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