Antes de todo
¿Qué significa ese temor desconocido, ese temblor estremecido, el frío que me sobreviene en estos días después de la renuncia de Benedicto XVI?.
Nunca antes creí en espantajos; jugué con los fantasmas por jugar, traté de explorar la oscuridad convencida sin embargo de que no era oscuridad sino una interminable blancura llamada vacío.
Me extasié, en la juventud, con la copa moviéndose empujada por la fuerte confianza de tres niñas adolescentes, y con nombres que la copa formaba en el tablero. Iba de una a otra letra y escribía, de golpe, b a u d e l a i r e, por ejemplo.
No le dábamos ninguna importancia a que las tres niñas estuviéramos leyendo juntas, precisamente, estavamos entre las flores del mal. Eso era apenas una coincidencia, como lo era que Baudelaire nos hablara con citas de ese libro y con la traducción exacta de ese libro al español, en el ejemplar que teníamos.
¡Hipócrita lector! Sí, éramos hipócritas lectoras de los mensajes del poeta, porque queríamos estremecernos, morir de miedo en plena juventud, levitar. Pero no nos lo creíamos.
Después, íbamos a nadar, volvíamos bronceadas y con olor a cloro, nos bañábamos y pintábamos y salíamos a bailar, frescas y relajadas.
Las terribles tempestades que la copa nos había anticipado se suspendían para otro momento. O se cancelaban ante, por ejemplo, el nacimiento del amor.
Un enamorado de 18 años nos miraba y ya éramos hermosas y dejábamos de hacer profecías.
Olvidábamos la escoba, el cetro, las palabras y la poesía cambiándolo todo por la gran lírica del primer amor. Eso tal vez se llamaba felicidad.
26 mar 2013
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