El aire la vela, vela. El aire la está velando

El aire la vela, vela. El aire la está velando
Parecen dormidas en el pajonal... pero no lo están.

30 mar 2013

Amanda dijo No



Elsa se fue de viaje; la acompañé hasta la tranquera y la vi perderse con su bolso y su valija, subiendo, subiendo, hasta llegar a la estación de micros. Me asombró pensar que subir una cuesta en el medio del campo, en las sierras, conduce no a la nada ni a una aventura peligrosa, sino sencillamente a una estación, desde donde se puede partir a ciudades tan grandes como Buenos Aires, en directo, sin escalas, y estar allí en unas horas. La ociosa reflexión me condujo de pronto a verme a mí misma allí parada, cerrando la tranquera. Yo no tenía puesta una falda larga hasta los pies ni llevaba el mate entre las manos, y mucho menos era “la morocha argentina” que despide a su gaucho, al pie del caballo. No, nada de eso; sin embargo me vi como nunca me había visto: tal vez mis ropas eran un jean y una remera pero me vestido era infinito, la eternidad en el segundo de una despedida; yo allí, como cualquier mujer u hombre en cualquier tiempo y lugar; yo allí ni más ni menos que como un símbolo de todo lo humano en el correr de los tiempos y en el girar de los planetas. Esperé un momento antes de entrar en casa. Se trataba de una de esas tardes en las cuales, como se dice en el campo, “los pájaros se caen”, por el calor. El abrazo del calor también era metafísico; creaba una proximidad extrañísima entre el aire, el mundo y uno -o una- mismo/a. De repente -como en cualquier cuento de terror- brilló un relámpago. Y luego lo acompañó el trueno, aunque mi reflexión esta vez pecó un poco de ingenua: “Cuán cierto es que la luz es mucho más veloz que el sonido”, me encontré pensando. Pero no había tiempo de hacer una autocrítica: ya estaba lloviendo, ya cántaros, a fuentes, a cascabeles que sonaban. Entré, estaba refrescando mucho. En la casa se golpeaban todas las puertas y celosías y el color que iluminaba los ambientes desde las ventanas abiertas se había vuelto de un gris muy especial, como si yo y los muebles estuviéramos metidos en una radiografía. Cerré todo, encendí la luz y me dije: “Tengo que hacer mi autorretrato, para mis amigos del blog, ya mismo”.

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