El aire la vela, vela. El aire la está velando

El aire la vela, vela. El aire la está velando
Parecen dormidas en el pajonal... pero no lo están.

25 may 2011

UN MUNDO SIN BOVEDAS













“El abuelo Natividad, andaba una noche por la sierra, había ido a cargar un carro a la estación del tren. Surgieron problemas con la carga y como mayoral de la finca volvió a la casa para pedir consejo al encargado.

La senda era estre
cha, pero la luna la iluminaba. Había recorrido esa senda de noche en muchas ocasiones, las mulas las conocían tan bien que uno podía dormirse montado y amanecer en el cortijo, pero aquella noche no andaba solo. Oía las pisadas paralelas a...
El lobo y el cazador

¡Se equivocó la pobre fiera! Era una noche negra como boca del mismo lobo, el cual acuciado por el hambre maldita, oteó el redil de las ovejas y allá se fue. Pero, por meterse en el redil, se metió en la casa del caz
ador. ¡Que mala pata! Inmediatamente se dio cuenta de su tamaño error, pues los perros, notando su presencia (¡maldito olfato!) empezaron a ladrar furiosamente y el cazador, veterano de su deporte, corrió a por su escopeta y empezó a dar gritos en la noche.
En pocos momentos toda la familia y todos los criados estuvieron alerta. Los hombres se armaron con toda clase de objetos, encendieron antorchas y, acompañados de la ja
uría impaciente, salieron en busca de la fiera.
¿En busc
a de qué? Ahí estaba el lobo, indefenso, en el patio, con el pelo erizado por el miedo y los ojos enrojecidos por el odio. Hubiera querido lanzarse sobre sus enemigos y devorarlos, pero la astucia le aconsejó ocultar sus instintos belicosos y atenerse a una táctica política y humana. Con la cola entre las piernas se acercó al cazador y le habló con voz humilde y suave:
-Señor mío. No os sorprenda. Esta noche he venido a saludaros. Me siento avergonzado de mi infame existencia y vengo a deciros que, desde hoy, me debéis considera
r vuestro amigo fidelísimo. Perdonadme si muchas veces, escuchando la voz de mi instinto salvaje, os hice algún daño. ¡Cuánto me pesa! En lo porvenir, de este tercer milenio deseo ser un buen guardián de vuestra propiedad y de vuestros rebaños de dulcísimas ovejas. “Amaos los unos a los otros”, dijo Cristo. A mí me ha llegado “la oración fuerte” del Espíritu... y ¡Soy otro! Quiero amar al rebaño (¡rebaño libre o morir!) Voy, de ahora en adelante, a rendir “hechos y no palabras”... y pido que me coloques como un útil perro más de tu jauría.
El cazador, así, a primeras, se quedó muy sorprendido. Podría ser ésta como el lobo de Gubia pero... le vio los ojos rojos y chispeantes, la lengua sudorosa y los colmillos como horribles embajadores de la depredación. No! No se dejó convencer. “ ¡Disparen!” gritó, y una lluvia de plomos convirtieron al lobo en una criba.
- ¡Pero quería ser nuestro amigo! le dijo la esposa a su marido.
-Todo era hipocresía, mujer, -le dijo el cazador-, yo los conozco. Los lobos son siempre lobos. Pregúntales a mis perros si confiarían en compañero como ese? Quería estar cerca del redil para explotarlo
...





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