El aire la vela, vela. El aire la está velando

El aire la vela, vela. El aire la está velando
Parecen dormidas en el pajonal... pero no lo están.

25 may 2011

Todo camaleon tien parte de lobo
















Se siente la fricción, es el sonido, el roce, que hacen las transacciones entre la vida y la muerte. Mirando por la ventana puede verse adónde emigra el alma, en pájaros, hacia el fuego y hacia el mar, hacia la tempestad y los volcanes, y lleva mensajes hacia arriba, de carne sutil, y viene hasta aquí abajo con espíritu ciego en apariencia, cruel en apariencia.

Nosotros, los espectadores, afilamos nuestros sentidos, afilamos el lápiz de la muerte para dibujar esos conto
rnos, desde lejos. Desde lejos se puede mirar tanta muerte, tanto dolor, tanto sol, tanta nieve y desesperanza, y ver cambiar trajes por sombras, sombras por banderas.

Se puede soportar la agonía que e
s transmitida por televisión, escuchar que el que agoniza muere con el llanto de los recién nacidos, y que el que nace nace con la sonrisa de la muerte.

Fantasmas en batallas

Los que nacimos unos años después del fin de la Segunda Guerra, en cualquier lugar del planeta, nos criamos entre fantasmas.

El fantasma de las heridas de los que huyeron hacia aquí. El fantasma de No Haber Estado Aquí cuando al menos los diarios transmitían las horrendas noticias. El fantasma de los fantasmas que esa gente dejó en campos de concentración y en el centro de las batallas.

Pero de mi infancia nimbada de fantasmas, de ésos que no asustan sino que duelen, lo más fresco en mi memoria es una frase que alcancé a pescar, de una película que mis padres no me permitieron ver: “Diez mil muertos en la plaza de Hiroshima".

El primer fantasma real de la muerte, en casa de mi tía

Era la muerte personal, la de mi tía personal, la que me trajo
la verdad de la muerte completa.
“De lo que había de mí hay esto”, pensé, porque ella reclinaba como una enferma de cien años su cabeza de pelo gris sobre la almohada y me miraba desde el fondo de imágenes indescifrables de agonía de las que pude escuchar campanas y ver el fuego del crepúsculo en el silencio que ella hacía.






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