Cuando ya estábamos acostados se oían conversaciones. Los padres hablaban de sus amigos, de la muchacha que se iba de la casa, de documentos de oficina. De uno de mis hermanos decían que tenía los ojos más vivos del mundo; hablaban de su sonrisa, de que tendría talento como actor.
Algunas noches jugaban a las cartas, mi madre recordaba a su padre mezclando la baraja, mi padre también, al padre de mi madre, porque era músico y lo admiraba.
Además ella solía reír, él hacer bromas hablando de escribir una novela con personajes conocidos, novela que tendría por título “La casa gris".
Organizaban partidas de póquer para el sábado. Se oía tintinear las monedas que nos dejaba mi padre sobre la parte ancha de la varanda de la escalera, para la merienda de la mañana, en la escuela: cinco centavos de bizcochos, unos bizcochos que nunca más comí, que nunca jamás volveré a comer, porque tenían el gusto de todas las ilusiones, y además manteca de la buena…
Ya se iban a acostar, me parecía. Me llegaba un arrullo cuando empezaban a bajar la voz; ya casi me dormía, hablaban cada vez más suave. Pero yo escuchaba mi nombre de repente: estaban hablando de mí.
Juegos del atardecer
Uno de mis hermanos -el de los ojos tan vivos- daba misa con sotana de frazada de rombos, con el velador cubierto con sábanas; tomaba el vino de mi padre en copa de juguete que era el cáliz.
Habíamos preparado con cuidado el altar: a las muñecas mías les correspondía ser la virgen una cada vez; a las que no les tocaba ser la virgen las destinábamos a santas y santos, a Jesús. Les pintábamos sangre; lágrimas también. Les esculpíamos poses de martirio.
Yo le ponía a mi hermano la sotana de frazada de rombos y un sombrero papal, y yo tocaba la campanilla solamente.
Cuando crecimos nos internamos en los paisajes más desolados del mundo, que son los de la ciudad que chilla y cruje. Vaya este ejemplo:
Cuadro urbano
La mujer corre y da vuelta en la esquina, nunca sabré por qué. El día es el más gris del mundo. La gente camina arrastrando fardos de niebla y humedad; patea desperdicios, piedras y hojas caídas mojadas.
Sobre mi cara toda la humareda, el combustible flotante, los aromas, forman una mueca. Tampoco hay ningún color. Una paloma vuela de su techo, una paloma oscura.
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