He leído a Virginia Woolf describiendo una sesión de costura de la Sra. Dalloway: cómo enhebra, su mirada, cómo se pierde entre recuerdos mientras cose.
He contemplado muchas veces reproducciones del cuadro La Bordadora, de Vermeer, con indescifrable emoción. Y hasta me han agradado esas clases de ensayo para mimos y actores en los que se enhebra una aguja invisible con un hilo invisible.
Por eso me parece que escribí este cuento, ya hace bastantes años: por el puro gusto de encerrar a una costurera en mi jaula de letras y papel.







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