El aire la vela, vela. El aire la está velando

El aire la vela, vela. El aire la está velando
Parecen dormidas en el pajonal... pero no lo están.

16 feb 2012

Las fotografías

Puede decirse que esta historia es verdad, me la contaron hace mucho y la escribí hace mucho también. Es el caso de un viudo que no soporta la ausencia de su amada, y decide transformarse en ella. Empieza, como se verá, probándose los vestidos de la difunta….

Los vestidos violados


Aquel, color malvón, que algunas veces llevaba Lucía para tomar café en el jardín, fue el primero que se probó Jacinto.

Lucía solía usarlo con un largo chal blanco que se volaba con el viento de los primeros días del otoño o plena primavera, y aterrizaba como una nube sobre el césped verde o amarillo.

El se lo iba a buscar y se lo acomodaba suavemente de nuevo, tocando apenas su pelo oscuro y tan brillante debajo del sol que parecía tener luz propia, que no era un reflejo de nada ese brillar.












Estoy en deuda con dos o tres Josés, y no sé si con cuatro-sí, seguro que también con José María Gil, pero no recuerdo bien por qué, y con una variante de José, con Joise. Y con otra variante femenina, María José
¡Cuánto José que hay en mi existencia!

El primero de los Josés es José Itriago, ángel tutelar de este humilde blog que se adorna de genio con sus escritos. Cumplió años y yo como si nada, en viaje desde el calor y la opresión de Córdoba hacia el calor y la opresión multiplicados de Buenos Aires-donde vi a Mane, mi amiga, ya lo saben, y a Lola, su bebita pequeñita y tierna, lo saben también-, y de Buenos Aires a Santa Fe… donde vi a Antonia, mi otra amiga, la bella Antonia que cumplió 19 años el día que Spinetta murió y, dice, no va a olvidarlo jamas, y a su hermano Ignacio, y a mi hermana, a quien amo tanto pero ni siquiera pude ver a mis otros hermanos, más grandes que yo.
Durante el viaje tuve que escribir en computadoras de última generación, me encanto!! con un mause o ratón incorporado, que poco sabía encontrarlo siquiera, de lo emosionada que estaba.

Otro de los Josés con los que estoy en deuda es mi amigo José Luis Pagés, el Flaco, el gran cuentero o cuentista, a quien ni siquiera llamé por teléfono estando en su propia tierra, Santa Fe -que fuera la mía hace tiempo también, tierra que me sigue donde vaya. Vi una foto en Facebook de la bella familia Pagés; me conmovió y me dio culpa, y además, ésa es una de las fotos que sí hablan.

Otro José con quien estaba en deuda -pero ahora, gracias a mi hermana Huerto, estoy pagándole en cómodas cuotas- es José Saramago, sobre quien me había tomado el atrevimiento de no leer jamás ninguno de sus libros. “La fama desvaloriza, la muerte acrecienta la fama y desvaloriza más”, dijo irónicamente Ignacio cuando Huerto me entregaba Las intermitencias de la muerte. Y sí señor, es sacrilegio no haberlo leído antes, aunque la coyuntura tiene su parte agradable: me esperan unos cuantos libros de Saramago de los cuales soy absolutamente virgen, inocente, arcangélica. ¿Y qué me esperará, si Las intermitencias… ya me lleva loca?

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