22 feb 2012
30 minutos despues
No era la sombra de un amor que encandila con vestido de fuego. No era un canto que golpeaba, era un canto que se oía dentro del alma. Ella era la que pasaba por el haz de la luna con un hueso entre los dientes y lo dejaba justo en mi ventana.
Era una loca enamorada negra que desplegaba pañuelos de magos, o que creía desplegarlos, jugando con las luces del jardín y tropezando con las rosas. A mí me parecía que cuando ella, enorme, aparecía tan negra entre la hierba, empezaba a funcionar por contraste el telar de todas las blancuras, llamadas paraíso.
O bien nos juntábamos de noche en el jardín -nuestro amor era estrictamente platónico- y éramos sopladas por el viento, tropezábamos jugando a aterrorizarnos con los ojos de la noche.
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