En el medio del barco una señora, mi abuela, hipnotizada con estampitas de tantos santos y tantas vírgenes, sometida a esas fuerzas del cielo, nadaba, flotaba en una gran cama solitaria. Las estampas estaban a cada lado, en las mesas de luz: cartones macerados, parecidos a naipes de boliche, que ella acomodaba y desacomodaba todo el día como si fuera cartógrafa y aquéllas fueran mapas del cielo.
Hoy vino, y me hizo entrar de golpe, corriendo, en esa casa que mi abuelo decía: “Es un barco”.
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