6 nov 2010
Pablo Porcelli y su ensamble
Otro milagro
Un poeta, no yo, un gran poeta, soñó con una cierva blanca que atravesaba la pradera. Ésta, un segundo, atravesó su sueño: pero era bastante. El milagro también toma la forma de un sueño, y después de un poema -el que escribió al despertar.
Abierto está sobre mi mesa el libro en el lugar de tal milagro, y todos pueden verlo.
¿Cómo pueden dudar de lo que ven, cómo se puede dudar de los hechizos, cuando todas las noches es posible que alguna cierva blanca corra un segundo por una pradera llena de sol o que un poeta de los buenos la robe de su prado de sueños con palabras, como un mago cualquiera?
Y todavía otro milagro
Recibo la vida que hay detrás de la gente -y esto es en especial para cada uno de quienes intervienen o algunas vez intervinieron en mi vida, pero también en este blog-; a veces miro una escritura como un rostro; a veces miro un rostro como un manuscrito, porque Dios ha tallado sílabas en la carne, metáforas de sangre, ha hilado piel con penas y desvelos, y yo me pongo a destejer o a beber esa sangre en silencio, como el vino que traen los veranos por la tarde, en mi terraza, y leo la hora blanca que está en la cuna de los ojos.
Insisto: esto parece poesía, o locura, pero no lo es. Lo que sigue intenta ser poesía como quien da una hostia, yo comulgo con los del próximo poema -antenoche asesinaron a una travesti que vivía a la vuelta de casa; me encontraba con ella muy de vez en cuando, en la peluquería. Era alta, dulce, de ojos grises.
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