Adolfo Bioy Casares, ABC, vino con una lapicera bajo el brazo -la familia, de ganaderos, no necesitaba que naciera con ningún pan-, con una lapicera que escribía con muchas ganas y poquísimo fruto.
Cuando ya había publicado algunos libros, redactados con esa misma lapicera, conoció a Borges, JLB, y se hicieron amigos, amigos cotidianos que trabajaban juntos unas cuantas horas diarias.
Borges no le dio a ABC el don de la escritura; escribió junto a él y, en especial, le dio lecturas y nuevas miradas. ABC publicó entonces, primero, La invención de Morel.
Luego, entre otros de los “buenos”, recuerdo El sueño de los héroes y Diario de la guerra del cerdo. La invención de Morel es la joya de la novela moderna.
No conviene contarla porque, palabra por palabra, Bioy erige un mundo que, como antiguamente decían las modistas, es de tul de ilusión. El mundo no es así, como el de Morel, pero es igual. Y más no puedo decir, hay que leerla.








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