Algunas escrituras corrigen los desbordes del alma, su gritar, dulces escrituras dormidas entre pensamientos que no son flores incendiadas sino especies de cultivo extrañas por la alquimia de la botánica y el verbo contradicen y traban con suaves ojos la labor; pero ocurre que esa suavidad a veces hiere y las astillas despiertan los sentidos, desentierran el cuerpo alegre todavía y el alma de los malos augurios se ve libre.
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Hablando de escrituras que corrigen los desbordes del alma, cuando me pongo a leer mis papeles sucede algunas veces que, entre ellos, se ha sumergido un cuerpo extraño, algo que no reconozco como parte de mi “obra”. Pero, ¿por qué está allí?
Lo leo e intento recordar en qué momento de incandescente e inconsciente creación lo escribí; siempre es bueno, siempre es mejor que el mejor de mis escritos, ya se trate de un cuento o un poema.
Después descubro la procedencia: está allí porque es parte de la obra de mi hija, Mane Rodríguez, y se ha traspapelado, o yo se lo he pedido para leer y lo guardé inconscientemente allí.
Soy ladrona del fuego sagrado, pero también la tesorera.
Hace poco me sucedió encontrar un cuento de cuando Mane tenía cerca de veinte años. En este caso enseguida descubrí a la autora, porque lo recordaba. Pero del mismo modo me conmovió.
Desde mis montañitas, desde mi río de oro, la llamé a Mane. Y yo estaba llorando de emoción.
Lamento tener que entregárselos en cuotas, porque es bastante largo.
¡Ah!, y no por ladrona ni por tesorera no pondré comillas ni cursivas en la copia, basta con el título y el nombre de la autora en negritas -¡molestan tanto las comillas y diferentes signos cuando uno lee al correr!
25 jul 2013
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