Durante más de 30 años marcó la política francesa del siglo XVI. Esposa de Enrique II, fue madre de cinco reyes y reinas, mientras superaba grandes crisis de gobierno provocadas por los desencuentros religiosos. Con ella y su descendencia directa se agotó la línea sucesoria de los Valois, dando paso a la hegemonía borbónica en el país galo.
Catalina María Rómula de Medici vino al mundo en Florencia el 13 de abril de 1519. A edad temprana sufrió orfandad por las muertes, casi consecutivas, de sus padres, el italiano Lorenzo II de Medici y la francesa Madeleine de la Tour d’Auvergne, por lo que quedó bajo el amparo del papa León X. Éste la entregó al cuidado de diferentes parientes, quienes instruyeron a la pequeña como una refinada dama, apta para ser moneda de cambio en cualquier acuerdo matrimonial.
En 1527 los Medici fueron expulsados de la capital toscana, motivo por el que Catalina fue recluida en conventos, donde las monjas terminaron de esculpirle una personalidad dispuesta para asumir la razón de Estado en cualquiera de sus capítulos por azarosos que fuesen.
En 1530, su tío, el recién proclamado papa Clemente VII, concertó para ella un calculado matrimonio con Enrique, duque de Orleáns y segundo filogenético del rey francés Francisco I. La única condición que puso el Sumo Pontífice fue que la joven heredera renunciase a sus pretensiones dinásticas sobre Florencia, a cambio recibiría 100.000 escudos como dote y un futuro poco halagüeño en la corte francesa.
Tras los óbitos, primero del delfín Francisco y, más tarde, del propio monarca galo, Enrique II fue ungido rey de Francia en 1547. Hasta entonces Catalina había sido un modelo de virtud y prudencia, ocupada en cuestiones culturales y poco más. Sin embargo, su coronación regia la confirmó de inmediato como una figura preparada para el gobierno. Pero la desgracia acudió una vez más a su cita con la imperturbable Medici. Tal y como habían vaticinado algunos videntes de la soberana, incluido su médico y astrólogo personal Nostradamus, el rey moría en 1559, víctima de las heridas producidas en un torneo de entretenimiento.
Este suceso desató los acontecimientos en Francia, y el primogénito de Enrique, Francisco II, se colocaba la corona un breve tiempo para cederla a su muerte –acontecida 18 meses después– a su hermano Carlos IX, un niño de apenas 10 años que, como es lógico, fue convenientemente dirigido por su ambiciosa madre.
En estos años, Francia mantenía una posición delicada en el concierto europeo, aunque el matrimonio entre Isabel de Valois –la hija mayor de Catalina– y Felipe II de España había sosegado bastante las relaciones entre las dos potencias.
Asimismo, en el terreno interno la reina trataba de entenderse por igual con católicos y protestantes, siempre dispuestos al enfrentamiento bélico. Pero no pudo impedir que una devastadora guerra religiosa estallase en Francia, cuyo punto más álgido aconteció el 24 de agosto de 1572, en la renombrada Noche de San Bartolomé. Miles de hugonotes (calvinistas) fueron asesinados por los católicos con una clara permisividad real, justo cuando se realizaban los esponsales que unían a Enrique III de Navarra y a Margarita, otra de las hijas de Catalina.
Precisamente, este borbón navarro de confesión protestante sería uno de los pocos supervivientes hugonotes de aquella pésima jornada y por mor del destino acabaría coronado, tras su conversión al catolicismo, como Enrique IV de Francia.
Durante este convulso periodo, Catalina mantuvo con mano de hierro su gobierno sin descuidar su vocación de mecenas: instituyó el considerado primer ballet de la Historia y mandaba construir castillos y palacios, como el parisino de Las Tullerías.
Finalmente, contempló como otro de sus hijos varones ocupaba el trono francés bajo el nombre de Enrique III. Este último representante de la casa Valois era estéril, por lo que la línea de sucesión quedó finiquitada en beneficio de los borbones.
Catalina, reina moderna, además de hábil y maquiavélica estratega política, falleció el 5 de enero de 1589 en el castillo de Blois (Francia).
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