El aire la vela, vela. El aire la está velando

El aire la vela, vela. El aire la está velando
Parecen dormidas en el pajonal... pero no lo están.

23 jul 2012

unos treinta minutos despues

A los cuarenta años yo, a pesar de mi aspecto juvenil y mi filosofía "atemporal", empecé a sentir el correr de los años. Eran momentos de iluminación, pensaba, aquellos en los que podía sentir nostalgia o comprender el espesor de lo que había dejado atrás de mí.

También sentía que a medida que pasaba el tiempo agregaba rejas a mi prisión, o lo contrario a veces, las quitaba... ¿cuál de los dos hechos era auténtico en esos sentires?

Reconocía una falta en mis percepciones cotidianas: seguía siendo la niñita caprichosa, la niñita rebelde y otras niñitas aún, pero en algunos de esos momentos de iluminación no sólo entendía que estaba convirtiéndome en una mujer madura cronológicamente, sino que alcanzaba a ver en el espejo las líneas de esta cronología.

¿Por qué solamente algunas veces? Me preguntaba entonces si los órganos de mi visión tenían la misma capacidad constantemente, porque yo registraba sólo en determinadas ocasiones los surcos que se ahondaban de la base de la nariz a las comisuras de los labios, cierto reblandecimiento de los tejidos de las mejillas que sin embargo no tenían arrugas, y los párpados inferiores hinchados, o, cuando no hinchados, tramados por un hilo de araña.

Y esto no era lo peor, lo peor era que aunque desesperadamente me esforzara por conservar la aureola juvenil, la parte cuidada aparecía por un momento remozada, era cierto, pero surgía una contraparte inesperada que me descubría marchita. Y a través de mi cuerpo la marchitación se extendía a otros aspectos.

La memoria, la concentración, la atención y hasta la capacidad de imaginar comenzaban su paulatina desintegración muy suavemente ahora, era claro, pero yo podía esperar perfectamente la tragedia en algunos años más.







La noche es un lugar de encuentro de lejanos, extraños pasajeros.

Como un alma es la noche, oscura, confusa, llena de diamantes.

Los diamantes son los ojos tallados en nosotros de quienes ya no están en esta tierra pero están en las sombras, en el día de luz, en nuestro corazón.

La noche de Navidad es una fiesta a la que nadie falta, ni vivos, ni muertos, ni ateos, ni cristianos, ni judíos ni musulmanes, ni hindúes, ni budistas, ni ninguna tribu lejana y cercana del espíritu.

La otra Nochebuena con sus regalos de ocasión, árboles iluminados para la ocasión y manjares cocidos para la ocasión es sólo un diminuto festejo del que podemos participar o no, sin perder nada.

La fiesta es en el cielo del alma, en ese palacio. En la noche del alma, hacia donde confluyen los muertos y los vivos, todos vestidos diferente: velos islámicos; trajes judíos, sobrios; coloridas túnicas hindúes, algunas muy doradas; modestas telas budistas; occidentales vestiditos frescos de la gente de acá.

El sol sale para siempre esa Noche.






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