El aire la vela, vela. El aire la está velando

El aire la vela, vela. El aire la está velando
Parecen dormidas en el pajonal... pero no lo están.

12 mar 2011

No hay forma de quedar tan mal

STREET STYLE 2009, 2010, 2011






















Extiendo sobre el mantel las cosas que fueron mías, un viento de objetos y hechos que me persiguen: ¡oh mi preciosa cabellera, mi calma, mi corazón desde donde yo nacía, mi vientre joven, mis hijos, la cuchara de plata con que removía el té y los días hermosos, remos de otro tiempo!

En el espacio que me queda no quiero, o no puedo, mencionar el tiempo que me queda y lo llamo espacio, hago hogueras quemando lo que sobra, y hay una máscara festiva.

En el mantel hay una máscara festiva.

No se puede haber sido tan feliz como lo éramos mis hermanos y yo, y algunos amigos del barrio, en los días de carnaval de cuando héramos niños, en los años 60.

Un mes antes ya hablábamos de la recontra fiesta. De la cantidad de bombitas -globos inflados con agua que se arrojan durante el juego- que podríamos conseguir con nuestros ahorros, de que nuestros padres nos permitirían hacer cualquier tipo de ruidos durante la siesta de esos días. De que los juegos de agua terminaban en el crepúsculo y después había que pasar por la sala de disfraces e ir ¡tan felices y deslumbrados! al corso.

Amábamos el carnaval porque, como todos los chicos, amábamos el caos, lo que todavía no tiene reglas. Allí se podía ser alguien debajo de cualquier antifaz. Mejor dicho, ser uno mismo debajo del antifaz que nos daba fuerza secreta para serlo. Mucho tiempo después supe por J. C. Cooper en su Simbolismo, lenguaje universal, que en las viejas saturnales romanas, ese “período de caos simbolizaba el re-ingreso al estado primordial que existía antes de la creación y del nacimiento del mundo y de la humanidad. Todos los símbolos del caos se introducían en esta festividad, como el travestismo, el traje de fantasía, el antifaz y otros disfraces que enmascaraban la naturaleza normal, suscitando toda clase de confusiones y la pérdida de la identidad; representaban por lo tanto la unidad primigenia indiferenciada, una especie de remembranza de esa antigua y dichosa Edad de Oro donde, como en los carnavales, todos los hombres eran iguales”.

Pero nuestros carnavales eran más íntimos, más de entrecasa, aunque sí tenían mucho de la Edad de Oro.










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