17 ene 2012
Corridas
Pasé unos días de espanto y maravilla conjugados.
Eso suele dejarme sin tinta…
El espanto fue la sequía: los pastos se pusieron amarillos y se quebraron, las flores se fueron, pero lo terrible no pasaba por cuestiones estéticas. Casi todo mi país, Argentina, está secándose: se perdieron cosechas, se perdieron muchísimas esperanzas.
Nosotras, para refrescarnos, robábamos agua de las piscinas de los vecinos ricos que sólo vienen los fines de semana y, ahora, nunca. Elsa cargaba baldes y baldes de agua con mucho cloro y algunas bacterias que no sabíamos…
La alegría fue enorme de todos modos: vinieron a visitarme -justo durante ese infierno en el que nunca hubo agua ni para bañarse ni para tomar, y el río se secó también- mi hija, Mane; mi nieta Lola; mi sobrina Lucía; mi hermana, Huerto: realmente fue un baño de amor. Ahora era Huerto la que cargaba baldes robados de las piscinas vecinas.
Tengo de un modo anterior -es broma, Eric, la redacción que utilizo- una nieta llamada Antonia -hija de Ignacio- que va a cumplir trece años y es bella, ecologista, luchadora, inteligente y aguantadora, en este caso como la yerba. Pero a Lola no la había visto mucho, al menos a mi entender de “abu”: la vi al nacer, cuando apareció con sus enormes ojos abiertos de la sala de maternidad hasta la mirada de Claudio, su papá, y mi mirada que estaba allí esperándola. Después estuve con ella pero no la vi crecer tanto como un año y medio, ni llegar a ser tan bella: las fotos eran mis fetiches, ¡viva internet que me mostraba a Lola!
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