Séneca se indignaba contra cierta persona por su excesiva vanidad, persona de la cual decía agriamente que poseía una biblioteca de cien libros… ¿y quién, por Júpiter, por Zeus, por Dios, puede tener en toda su vida el tiempo necesario para leer cien libros?
Esto me hizo pensar que es en efecto vano atesorar cien o doscientos libros: soy pobre y tengo unos cuantos más, y pelearía ferozmente por muchos de ellos. Sin embargo, estoy muy lejos de haberlos leído a todos.
En realidad, releo los que disfruté en mi juventud.
Pero hace unos días mis sesenta años me trajeron una revelación, que todavía no sé adónde irá a parar con lo revelado, aunque sí me produce una alegría constante.
Mientras plancho, hago las cosas de la casa, e incluso mientras estoy corrigiendo algunos textos literarios, la dicha de estar empezando a entender la teoría de la relatividad de Einstein gracias a Bertrand Russell me rodea, es una aureola que se posa sobre mi cabeza.
Fue así
Buscaba un libro y, en el desorden magnífico, no lo encontraba.
Impaciente por irme a acostar llevando “mi lectura”, tomé “cualquier libro”; resultó ser una antología de escritos de Bertrand Russell -¡tanta generosidad tenía este genio para divulgar ante gente ignorante como yo las ideas más difíciles! Pero ser ignorante no es pecado; él lo sabía.
El ABC de la Relatividad
Empecé a leer con desconfianza -con desconfianza de mí misma, claro.
De pronto comprendí que Russell no sólo me estaba por explicar las generalidades de Einstein, sino que previamente me llevaba a cambiar la mirada para que yo mirara de modo parecido al de Einstein -y al suyo propio.
No era difícil, era fácil si uno podía poner a funcionar la imaginación y, por medio de imágenes sabias como sólo Russell puede ofrecer, comprender qué distinto del de la Tierra es el destino de los astros que giran con ella. Mejor dicho: mirar, y ver, que la física terrestre no puede aplicarse siempre a la astronómica, y que “el punto de vista del observador” vale muy poco en relación a esos lugares donde el espacio y el tiempo no son valores absolutos sino dos caras de la misma moneda.
¡Oh, Dios, seguro que me está leyendo algún científico, que está poniendo los ojos en blanco!
Pero yo creo que avanzo gracias a Russell en el conocimiento de la relatividad universal -y de cuán relativo también es el nombre conque la han bautizado, ya que se buscan en ella leyes absolutas para los estados relativos.
¿Y quién puede quitarme esta alegría?
Ambos genios ya murieron.
¡Russell hasta llega a intentar explicarme los quantos!
Yo creo que entiendo, y hasta sin soberbia, estoy segura. Mis neuronas establecen nuevas relaciones, se comunican de otro modo, empiezan a entender, y a entender empiezan por el misterio de la Luz.
¡Cuánta locura, amigos míos!
Pero lean El ABC… de Russell y cómo el tiempo se dilata en la velocidad. Y cómo “los prejuicios enmascaran la realidad” y cómo ciertas cosas que no se pueden tocar como el arco iris o los reflejos en nuestros espejos tienen una existencia sólida.
Hasta pronto. Yo corro por el olor a santo de la estufa hecho de leños de eucalipto hasta que me detienen el reloj de la sala y el espacio que invisiblemente ocupa todo mi pasado y me monto como Einstein en un rayo de luz.
Mientras tanto, es el propio Einstein quien me dice:
Paraíso perdido
“En el siglo xvii y antes los científicos y artistas estaban tan sólidamente unidos por un idealista lazo común que su trabajo en cooperación apenas se veía influido por los acontecimientos políticos… Hoy contemplamos esta situación como un paraíso perdido. Las pasiones nacionales han destruido la comunidad de espíritus… Los científicos se han convertido en representantes de las tradiciones nacionales más radicales y han perdido el sentido de la comunidad.
“Estamos ante el desconcertante hecho de que los políticos, los hombres de la vida práctica, se han convertido en exponentes del pensamiento internacional. Son ellos quienes han creado la Sociedad de las Naciones.”
Amo mi blog y viva la ARGENTINA